Este arte tan hermoso llamado Kintsugi (traducido como “reparación de oro”) surgió por accidente en el periodo Muromachi cuando el shogun de Japón llamado Ashikaga Yoshimitsu rompió su taza de té favorita así que lo envió a China para que lo repararan pero se decepcionó al ver las horribles y antiestéticas grapas de metal que le habían puesto para unir las piezas.
Así que pidió a sus artesanos idear una mejor solución, lo que ellos hicieron fue rellenar las grietas de la taza con resina y laca mezclada con oro dándole un toque más único y valioso haciendo resaltar las “cicatrices” de la taza de cerámica.
En nuestros días lo que se admira más es la juventud y la perfección, sin embargo, el arte kintsugi sugiere que cuando un objeto se rompe no significa que debemos deshacernos de él porque es inútil, más bien se basa en la idea de reparar los objetos rotos, no para esconder sus cicatrices si no para resaltar esos defectos o imperfecciones que los hicieron fuertes y más valiosos.
De igual manera podemos adoptar esta filosofía de inspiración para nuestra vida, haciendo frente a los problemas y “defectos” que podríamos considerar feos y verlos desde una perspectiva más positiva ya que esas heridas y errores que llevamos con nosotros no son más que evidencia de que todos somos falibles, que hemos sobrevivido a los golpes que nos da la vida, sanado y aprendido de ellos, y que estas “cicatrices” son lo que nos hace diferentes y valiosos como personas.
