Érase una vez, una curtida anciana que colocó un poco de almidón en un recipiente. Con la intención de espolvorearlo sobre la ropa en su batea; pero un gorrión que una mujer, su vecina, tenía como mascota, se lo comió.
Al ver esto, la curtida anciana tomó al gorrión, y al tiempo que exclamaba: “¡Tú, ser despreciable!”, cortó su lengua y le dejó ir.
Cuando la vecina escuchó que a su mascota gorrión le había sido cortada la lengua producto de su delito.
Se sintió sumamente apenada, y partió con su marido a través de las montañas y llanuras para descubrir a donde se había ido. Sollozando imploraba: “¿Dónde mora el gorrión de la lengua cortada? ¿Dónde mora el gorrión de la lengua cortada?”
Por fin, lograron encontrar su hogar. Cuando el gorrión vió que su antiguo amo y su señora habían llegado a verlo. Se regocijó y los llevó a su casa, donde les dio las gracias por su amabilidad en los viejos tiempos; y sirvió una gran mesa para ellos, la cual cargó con sake y pescado hasta que ya no hubo más espacio, e hizo que su esposa, hijos y nietos sirviesen la mesa.
Finalmente, tirando a un lado su vasito, se contoneó retozando un baile llamada la danza del gorrión. Así pasaron el día.
Cuando empezó a oscurecer, y se pusieron a hablar de volver a casa. El gorrión sacó dos cestas de mimbre y dijo: “¿Quieres llevarte el pesado, o prefieres que te dé el liviano?” A lo que los ancianos respondieron: “Somos un par de viejos, entréganos el liviano, este nos será más fácil de llevar”.
El gorrión entonces les dió la canasta liviana y los ancianos volvieron a casa. “Vamos a abrirlo y ver lo que hay en él”, dijeron. Una vez abierto encontraron dentro oro, plata, joyas y rollos de seda. Ellos jamás hubieran esperado algo así. Cuanto más sacaban, más encontraban en su interior. Así fue como su casa, de la noche a la mañana, se hizo rica y próspera.
Cuando la anciana, que había cortado la lengua del gorrión, vio esto, estalló en celos. Por lo que fue y le preguntó a su vecina donde vivía el gorrión. Y le pidió la total descripción del camino para llegar hasta él. “Yo también iré”, dijo, al tiempo que dio inicio a su búsqueda.
Una vez más, el gorrión sacó dos cestas de mimbre y preguntó igual que antes. “¿Quieres llevarte el pesado, o prefieres que te dé el liviano?”
Pensando que el tesoro sería más grande en proporción al peso de la cesta, la vieja mujer respondió: “Déjame tener la pesada”. Recibiendo esta, se dirigió a casa cargándola sobre la espalda; mientras, los gorriones la observaron alejarse y se rieron de ella.
Estaba tan pesada como una piedra y era muy difícil de llevar, pero por fin logró volver con él a su casa.
Luego, le quitó la tapa y miró hacia adentro; toda una tropa de demonios terribles emergieron saltando desde el interior, y de inmediato desgarraron a la vieja en pedazos.